Las Saturnales estaban consagradas al dios Saturno y se celebraban del 17 al 23 de diciembre
honor a Saturno. En este mes de diciembre, se celebraba con velas y antorchas el fin del período
más oscuro del año y el nacimiento del nuevo periodo de luz, o nacimiento del Sol Invictus,
coincidiendo con la entrada del Sol en el signo de Capricornio, que constituye el solsticio de
invierno.
En sus más remotos orígenes, las Saturnales celebraban la finalización de los trabajos del
campo, una vez concluida la siembra efectuada durante el invierno, cuando el ritmo de las
estaciones dejaba a toda la familia campesina, incluidos los esclavos domésticos, tiempo para
descansar del esfuerzo cotidiano.
El día oficial de la consagración del templo de Saturno en el Foro romano era propiamente el 17
de diciembre, pero la festividad era tan apreciada por el pueblo que de forma no oficial se
festejaba también a lo largo de los seis días posteriores, hasta el 23 de diciembre. Las fiestas
comenzaban con un sacrificio en el templo de Saturno, que en la Roma primitiva tuvo tanta
importancia como Júpiter. Dicho templo se hallaba situado a los pies de la colina del Capitolio,
la zona más sagrada de Roma; después del sacrificio, seguía un banquete público, al que todo el
mundo estaba invitado.
Durante los días siguientes, la gente se entregaba a bulliciosas diversiones, celebraba banquetes
y se intercambiaban regalos.
Las Saturnales se consideraban como “fiestas de los esclavos", ya que éstos eran recompensados
con raciones extras de comida y vino. Catón el Viejo, que por lo demás calculaba con un rigor
sin compasión los costos y utilidad del trabajo de los esclavos de sus posesiones rurales, les
concedía en las Saturnales una ración extra de 3,5 litros de vino. Gozaban de tiempo libre y
otros privilegios de los que no disfrutaban durante el resto del año; a menudo, incluso eran
liberados de sus obligaciones y cambiaban sus tareas con las de sus dueños: el señor actuaba
como esclavo, el esclavo como señor. Los romanos asociaban a Saturno con el dios helénico
Crono, cuyo reinado coincidió según el mito con la edad de oro de la Humanidad; honrar a este
dios propiciaba un regreso a los orígenes míticos: las fiestas servían para recuperar un presunto
paraíso inicial, donde los hombres vivían sin separaciones jerárquicas, sin opresión de unos
sobre otros.
Vivir y dejar vivir era el lema de la fiesta y el 17 de diciembre, según cuenta el poeta Cátulo, su
mejor día. Las escuelas, que en otras ocasiones no prestaban atención alguna a las
numerosísimas fiestas del calendario romano, cerraban sus puertas en estas fechas. Lo que de
ordinario estaba prohibido, se autorizaba en estos días locos.
Las leyes contra el lujo permitían en las Saturnales gastar en comidas una cantidad mayor que
en los días corrientes. Pero, en especial, en el interior de la familia se eliminaban todas las
barreras que separaban al esclavo del hombre libre. El juego de los dados, estrictamente
prohibido en fechas normales, aunaba a señores y siervos.
En algunos aspectos, ciertas costumbres de las Saturnales perviven en las costumbres navideñas;
así ocurre con la costumbre de encender velas y hacerse regalos. En un principio era habitual
regalarse velas y muñecos de barro. Luego, en parte por influencia griega, fue común agradecer
con alguna pequeña atención o con un regalo en dinero a los amigos y a todas las personas a
quienes se debía algo por algún servicio prestado.
Las Saturnales tuvieron tal arraigo en la sociedad romana que el cristianismo tuvo muchos
problemas para acabar con las celebraciones, y en parte lo consiguió cuando cobró mayor
importancia la celebración de la Navidad.
Una vez que el cristianismo se impuso en el Imperio Romano, el nacimiento del Sol y su nuevo periodo de luz fueron sustituidos por la celebración del nacimiento de Jesucristo. En un esfuerzo por convertir a los paganos y recobrar a los que se habían apartado y habían adoptado tales prácticas mundanas, la Iglesia Romana, a mediados del cuarto siglo, ‘cristianizó’ las Saturnales y adoptó la fecha y las costumbres asociadas con ese día, pero lo designó como la celebración del nacimiento de Jesucristo. Así nació la Navidad.
honor a Saturno. En este mes de diciembre, se celebraba con velas y antorchas el fin del período
más oscuro del año y el nacimiento del nuevo periodo de luz, o nacimiento del Sol Invictus,
coincidiendo con la entrada del Sol en el signo de Capricornio, que constituye el solsticio de
invierno.
En sus más remotos orígenes, las Saturnales celebraban la finalización de los trabajos del
campo, una vez concluida la siembra efectuada durante el invierno, cuando el ritmo de las
estaciones dejaba a toda la familia campesina, incluidos los esclavos domésticos, tiempo para
descansar del esfuerzo cotidiano.
El día oficial de la consagración del templo de Saturno en el Foro romano era propiamente el 17
de diciembre, pero la festividad era tan apreciada por el pueblo que de forma no oficial se
festejaba también a lo largo de los seis días posteriores, hasta el 23 de diciembre. Las fiestas
comenzaban con un sacrificio en el templo de Saturno, que en la Roma primitiva tuvo tanta
importancia como Júpiter. Dicho templo se hallaba situado a los pies de la colina del Capitolio,
la zona más sagrada de Roma; después del sacrificio, seguía un banquete público, al que todo el
mundo estaba invitado.
Durante los días siguientes, la gente se entregaba a bulliciosas diversiones, celebraba banquetes
y se intercambiaban regalos.
Las Saturnales se consideraban como “fiestas de los esclavos", ya que éstos eran recompensados
con raciones extras de comida y vino. Catón el Viejo, que por lo demás calculaba con un rigor
sin compasión los costos y utilidad del trabajo de los esclavos de sus posesiones rurales, les
concedía en las Saturnales una ración extra de 3,5 litros de vino. Gozaban de tiempo libre y
otros privilegios de los que no disfrutaban durante el resto del año; a menudo, incluso eran
liberados de sus obligaciones y cambiaban sus tareas con las de sus dueños: el señor actuaba
como esclavo, el esclavo como señor. Los romanos asociaban a Saturno con el dios helénico
Crono, cuyo reinado coincidió según el mito con la edad de oro de la Humanidad; honrar a este
dios propiciaba un regreso a los orígenes míticos: las fiestas servían para recuperar un presunto
paraíso inicial, donde los hombres vivían sin separaciones jerárquicas, sin opresión de unos
sobre otros.
Vivir y dejar vivir era el lema de la fiesta y el 17 de diciembre, según cuenta el poeta Cátulo, su
mejor día. Las escuelas, que en otras ocasiones no prestaban atención alguna a las
numerosísimas fiestas del calendario romano, cerraban sus puertas en estas fechas. Lo que de
ordinario estaba prohibido, se autorizaba en estos días locos.
Las leyes contra el lujo permitían en las Saturnales gastar en comidas una cantidad mayor que
en los días corrientes. Pero, en especial, en el interior de la familia se eliminaban todas las
barreras que separaban al esclavo del hombre libre. El juego de los dados, estrictamente
prohibido en fechas normales, aunaba a señores y siervos.
En algunos aspectos, ciertas costumbres de las Saturnales perviven en las costumbres navideñas;
así ocurre con la costumbre de encender velas y hacerse regalos. En un principio era habitual
regalarse velas y muñecos de barro. Luego, en parte por influencia griega, fue común agradecer
con alguna pequeña atención o con un regalo en dinero a los amigos y a todas las personas a
quienes se debía algo por algún servicio prestado.
Las Saturnales tuvieron tal arraigo en la sociedad romana que el cristianismo tuvo muchos
problemas para acabar con las celebraciones, y en parte lo consiguió cuando cobró mayor
importancia la celebración de la Navidad.
Una vez que el cristianismo se impuso en el Imperio Romano, el nacimiento del Sol y su nuevo periodo de luz fueron sustituidos por la celebración del nacimiento de Jesucristo. En un esfuerzo por convertir a los paganos y recobrar a los que se habían apartado y habían adoptado tales prácticas mundanas, la Iglesia Romana, a mediados del cuarto siglo, ‘cristianizó’ las Saturnales y adoptó la fecha y las costumbres asociadas con ese día, pero lo designó como la celebración del nacimiento de Jesucristo. Así nació la Navidad.
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